FOTOGRAFÍA E IDENTIDAD


Los que ya me habéis leído anteriormente sabéis que me parece que vivimos un momento de cambio importantísimo e interesantísimo en el mundo de la fotografía y que es uno de los temas entorno al que más me interesa reflexionar. La imparable (r)evolución tecnológica está trayendo consigo una nueva manera de relacionarnos con la imagen desde el punto de vista del fotógrafo, del fotografiado y del espectador. La implantación de cámaras en dispositivos móviles, la inabarcable proliferación de estas terminales y la imparable capacidad de esas imágenes de itinerar a través de la red en milésimas de segundo son los avances en los que, casi todos los que nos paramos a pensar y escribir sobre estas cosas, coincidimos en destacar como los cambios más importantes. Voces autorizadas como la de Fontcuberta, proponen sus hipótesis sobre como será nuestra relación identitaria con el medio fotográfico en el futuro, donde habla de fotocyborgs con discos duros o cámaras implantadas quirúrgicamente. Pero todavía no he encontrado ningún análisis o cuestionamiento que hable de cómo esos cambios están afectando ya, hoy, ahora mismo, a nuestra relación con la fotografía. Después de darle muchas vueltas, empiezo a tener algunas ideas que espero poder desarrollar a través de este texto.

Publicidad de la cámara Brownie de Kodak

Para empezar creo que tenemos que tener claro que la fotografía de la que voy a hablar en estas líneas, la de hoy en día, la denominada democrática y que es accesible a todo el mundo empieza con el famoso slogan “You press the button we do the rest” de Kodak y su cámara Brownie. Es entonces cuando se simplifica todo el proceso técnico al mero gesto de apretar el botón y se pone la primera piedra de la cultura visual en la que vivimos sumergidos hoy en día. Es sin lugar a dudas el pistoletazo de salida de la fotografía amateur, que desde entonces no ha hecho más que proliferar, especialmente en los últimos diez años. ¿Y porqué ha crecido más en los últimos diez años si ya desde principios de siglo “solo” teníamos que apretar el botón? Porque somos tan vagos que el hecho de tener que ir a la tienda a comprar el carrete, acordarte de llevar la cámara contigo para poder sacar las fotos, volver a llevar el carrete a la tienda para que lo revelasen y unos días más tarde pasar a recoger las fotos impresas, era una labor demasiado ardua para la mayoría. ¿O es que no os suena la figura de “el que saca las fotos”? En todos los grupos de amigos o familias existía la persona que sacaba las fotos, aquel que normalmente por motu propio se encargaba de comprar película, llevar la cámara, sacar las fotos, revelarlas, imprimirlas y distribuirlas. Era una figura a la que unánimemente se le otorgaba la función del fotógrafo y en algunos casos se le reconocía sus méritos, o en otros se hacía mofa de su impericia, aunque generalmente nadie se quejaba demasiado en serio, ya que confirmarle en ese puesto significaba que uno mismo se liberaba de tener que realizar esas “pesadas“ tareas. No me quiero poner melancólico, pero si que quiero desde aquí reivindicar a esos fotógrafos anónimos que con la aparición de los móviles con cámaras han visto muy reducido, o incluso totalmente aniquilado, ese trabajo de memoria y documentación de los hitos de la amistad o la familia que durante tanto tiempo habían llevado a cabo de manera tan natural y silenciosa. Es innegable que esa figura está en peligro de extinción, sino totalmente extinta. Todo esos eventos cotidianos ya no requieren de “el que saca las fotos”, porque debido a los avances técnicos que antes detallaba, sacar fotos ya no requiere del sacrificio en esos gestos y ese tiempo extra que solo aquel que sentía algún tipo de motivación extra por la fotografía realizaba. Y es por eso que hoy todos (vagos incluidos) fotografiamos. ¿Pero que implicaciones tiene para la relación entre la fotografía, la identidad y la sociedad el hecho de que todos saquemos fotos? 

Ya hemos dicho que la técnica se simplificó al máximo hace más de cien años con la Brownie, otro paso importante es el uso masivo de la imagen en la cultura popular que se empieza a desarrollar a partir de los años 50 y 60 con la irrupción de la televisión y la publicidad. No tuvieron que pasar muchos años para que la gente de a pie empezara a juzgar la vida que le ofertaban y comenzase a revelarse contra aquello que le decían que debía comprar y consumir. Diría que fue el tiempo que aquellos que nacieron en los años del desembarco de la invasión visual, necesitaron para madurar y poder cuestionarse aquello con lo que habían vivido desde el primer día. Fueron ellos los que se revelaron contra unos cánones y modelos de vida que incluían también una estética y un tipo de imagen; aparecieron lo punkis, los hippies y otros movimientos contestatarios que renegaban de lo anterior. Con el tiempo, esos movimientos también fueron poco a poco aceptados y engullidos por la rueda reutilizándolos demasiado a menudo con fines completamente opuestos a los que originalmente se crearon, planteando tendencias superficiales y ligadas al consumo. Entonces todos entendimos que las imágenes se pueden utilizar fuera de contexto para expresar incluso lo contrario de aquello para lo que fueron realizadas. La generación de los nacidos a partir de finales de los 70 y 80 aparecimos completamente rodeados de imágenes de las que aprendimos que hay que dudar. Hemos visto tendencias de moda y consumo como la heroin-chic, la hippie-chic, o cualquier otra “estética-chic” que podamos imaginar. Nos hemos hartado de ver el retrato del Ché como reclamo de consumo. Nos hemos apropiado de estéticas y técnicas de ornamentación corporal que en su mayoría provienen de rituales sagrados como los tatuajes, piercings, dilataciones, rastas, crestas etc. En definitiva, y como buen reflejo del postmodernismo, sabemos que la imagen puede ser reutilizada y que dependiendo del uso y contexto en el que se utilice, puede tener muchísimos significados. Es por eso que aunque no siempre acertemos al utilizarla, no hemos tenemos ningún problema a la hora apropiárnosla y tergiversarla a nuestro antojo. 

Y en ese momento histórico en el que somos conscientes de los puntos fuertes y debilidades de la imagen, cuando sabemos de las múltiples lecturas que tiene una fotografía, cuando no necesitamos que nadie nos explique como crearla, cuando podemos controlar cuando y donde mostrarla, es justo entonces cuando nos ofrecen una cámara que no ocupa espacio, es gratuita y permite compartir instantáneamente las imágenes que realizamos con aquellos que nosotros elijamos. Llega a nuestras manos la herramienta que nos permite controlar en primera persona la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos hacía los demás. Prolifera la escenificación en primera persona donde nos convertimos en nuestro propio publicista mientras lo espontáneo, el error y la autocrítica desaparece. Cada uno estudia sus imágenes y controla cual es el perfil que quiere proyectar. Escoge una estética, crea un personaje en base a un criterio que tiene adquirido en cuanto a qué tipo de imagen quiere transmitir. La industria pierde la hegemonía en la creación de imágenes escenificadas y es la propia sociedad, la persona de a pie, la que las genera de manera masiva. Ya no nos estudiamos frente al espejo, solo  nos analizamos eligiendo y/o eliminando nuestros autorretratos. Ya no nos paramos a pensar quienes somos, sino que directamente creamos un personaje que nos muestra tal y como queremos ser. La representación sobrepasa a lo representado. No es la identidad la que genera una imagen, sino que, tal y como en los últimos años multitud de fotógrafos como Cindy Sherman, Samuel Fosso, Tomoko Sawada o Nikki S. Lee y otros muchos han demostrado, ahora es la imagen la que crea la identidad. 

ID 400 de Tomoko Sawada

2 comentarios:

  1. En cierto modo, como bien apunta el artículo en uno de los párrafos (creo que el último), construimos una identidad, nuestra identidad, a través de las imágenes que tomamos de nosotros mismos. Se crea, se piensa, se reflexiona a partir de una imagen para luego dar lugar al constructo de nuestra identidad y posiblemente se deba a esa democratización de la imagen en la que no hay pensamiento, conocimiento o reflexión previa ya que todo se construye a partir del momento en que pulsas el botón.

    Cierto es también que son muchos los autores que parten de una premisa o línea de pensamiento previo al disparo de la cámara. Pues las fotografías, como pensamiento o posicionamiento de un autor, se piensan previamente; no se hacen "gratuitamente".
    Creo que hay una "carga visual" tremendamente palpable pero invisible para las mentes que sólo están acostumbradas a un mundo de imágenes y que tal vez por vaguería o simple acomodamiento no se cuestiona. Ahora parece que todo pasa por la imagen y por lo que dicha imagen proyecta de nosotros. Y hasta diría que cuidado con aquél iluso que no disponga de una imagen (clara o no) porque puede formar parte del olvido colectivo.

    Ahora bien, no sólo la imagen es la que crea la identidad. Sí es una herramienta poderosa para transmitir una identidad, o una parte de la identidad de una persona, pero hay muchas otras maneras de transmitir la identidad de alguien. Algunas, de hecho, pueden ser invisibles pero no por ello menos importantes.

    Felicidades por el artículo.

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  2. Muchas gracias, me parece muy interesante lo que dices de que "cuidado con aquél iluso que no disponga de una imagen", doy por hecho que todo el mundo (occidental desarrollado) ya ha estudiado una imagen que le represente, pero supongo que habrá gente que no la habrá encontrado...

    Gracias otra vez!

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